IRM es un disco brillante. Gana enteros cada vez que se le escucha. Se pueden apreciar los arreglos, los distintos ritmos y sonidos, la voz de Charlotte y sus dos influencias; la británica, por parte de madre, y la francesa, de padre.
Las canciones parecen estar desestructuradas, enfocadas desde un prisma cubista. Son de corta duración –pocas de ellas exceden los tres minutos– pero de una intensidad abrumadora. Cuando canta en inglés parece más abierta y desarrolla un papel pop-rock, mientras que cuando lo hace en francés es intimista y mira hacia su interior, susurra y recuerda más que nunca a sus padres.
IRM es un disco que está hecho para resistir el paso de los años y sonar atemporal. Con la ayuda de Beck, Charlotte Gainsbourg ha sabido encontrar un sonido complicado de clasificar, alejado de las modas y las corrientes comerciales. Un sonido con personalidad y con herencia francesa, espíritu existencialista.
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